¿Quo vadis Europa? Entre el conflicto geopolítico y la bomba demográfica africana

Uno de los principales errores que cometemos al montar a caballo es mirar al cuello del animal, en vez de mirar al horizonte entre sus orejas. Para ello, según los académicos, deberíamos mantener el cuerpo recto y erguido, lo que nunca deberá confundirse con tenso o rígido.

Éste es uno de los principales problemas de los que atravesamos en las sociedades occidentales. Estamos más pendientes de las luchas intestinas tácticas, que de levantar la cabeza y otear el horizonte, Y esto ocurre en un momento crítico para las sociedades occidentales democráticas desarrolladas. En un momento en que sería fundamental tener gobiernos centrados en los problemas que nos aquejan, soportados por sociedades cohesionadas y compactas. Esta falta de cohesión interna, impulsada por el populismo, deriva sin duda de las consecuencias económicas y sociales de la crisis de 2008, y de las de la revolución digital y tecnológica.

Siendo siempre grave esta falta de cohesión, lo es mucho más en una situación de cambio histórico como la actual. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001 hemos vivido unas décadas de globalización, desarrollo y cooperación a nivel mundial. Todo ello empezó a truncarse a mediados de la década pasada y se ha hecho especialmente patente tras la pandemia. Para enfrentar este nuevo mundo, las sociedades occidentales deberíamos estar unidas, y la realidad es que ni en el mundo anglosajón, ni en la Europa continental está sucediendo.

Especialmente preocupante es la situación en Europa con dos problemas acuciantes: tenemos que ver cual queremos que sea nuestra posición ante el reto de la fragmentación de la globalización, y tenemos que responder al reto de la inmigración (una de las principales causas de la falta de cohesión política interna) ante la bomba demográfica africana.

Esta falta de cohesión en Europa se manifiesta en dos niveles: en primer lugar, entre estados, al querer afrontar los problemas de diferente forma entre los distintos gobiernos de los estados miembros de la Unión. Y, en segundo lugar, dentro de los distintos países, con sociedades cada vez más polarizadas y enfrentadas. De hecho, ha tenido su reflejo en los resultados de las elecciones europeas, que a su vez se está proyectando en los mercados financieros. Así podemos ver como fruto de la inestabilidad política en Francia, la deuda francesa y periférica está ampliando sus diferenciales al mismo tiempo que el Euro es castigado y ceden los activos de riesgo.

En el gráfico de arriba, en la parte superior, se puede ver la rentabilidad del bono a 10 años alemán y el francés. Y en la parte inferior el diferencial entre ambos. Podemos observar como la prima francesa (0.76% pagan más que los alemanes por financiarse) prácticamente ha igualado sus máximos de 2017, cuando Marine Le Pen compitió con el actual presidente, Emmanuel Macron, por la presidencia de la República Francesa. Desde la creación del Euro, sólo durante la crisis periférica está prima había sido superior.

En lo referente al riesgo geopolítico, con la guerra de Ucrania a las puertas, y el conflicto de Oriente Medio en el Mediterráneo Oriental, está claro que Europa va tarde en el desarrollo de su autonomía estratégica. De hecho, en la guerra ucraniana los europeos somos claramente los perdedores, al hacernos mucho más dependientes de los EE.UU. Ya no sólo militarmente, si no también energéticamente. Esto ocurre en un momento de conflicto geopolítico entre China y EE.UU. en los que Europa debería tener más autonomía para defender sus intereses. Y todo ello, con la posible llegada de Donald Trump al poder y su falta de interés por el escenario europeo.

Para afirmar esa autonomía estratégica Europa debería impulsar una industria de defensa común que surtiera de equipos y armamento homogéneo a los distintos ejércitos de los distintos estados. Compartiendo gastos de investigación y desarrollo, además de tener asegurados grandes pedidos para los diferentes ejércitos, podríamos competir con las industrias de otras naciones, tanto en el campo de defensa como en el aeroespacial. Todo ello se podría realizar incluso con el gasto actual, pero aquí chocamos una vez más con los distintos intereses nacionales, lo que hace que este gasto sea mucho más ineficiente. En ese sentido se han dado algunos pasos, pero es evidente que hace falta una política ambiciosa de defensa común para desarrollar esa industria común.

En lo que respecta a la inmigración y a la bomba demográfica africana la realidad es que sólo hay un debate populista y de avestruz, y hay poco debate sobre la bomba demográfica que tenemos en el sur.

Poco o nada se habla del plan de la excanciller Angela Merkel para realizar un plan Marshall en el norte de África. Probablemente una de las soluciones más practica para el problema de la inmigración no deseada. Es evidente que con la pirámide poblacional europea la inmigración es necesaria y lo que habría que combatir es la inmigración no deseada. Siendo Europa una Unión defensora de los derechos humanos y de los valores occidentales no parece mala solución invertir en desarrollo en esos países. Además, de la influencia política que ganaríamos, y los posibles retornos económicos para nuestras empresas. Evidentemente, todas esas inversiones deberían ir destinadas a proyectos concretos y supervisados, para que ese dinero no se perdiera por las cañerías del sistema y acabaran en cuentas opacas de autócratas y allegados. Según afirmaba en 2017 Gerd Muller, entonces ministro alemán de cooperación económica y desarrollo, atender a un ciudadano africano en Europa es 130 veces más caro que atenderlo en su propio país.

Solo hacer una mención a quien fue George Marshall. No era economista, sino un militar que tuvo que sacrificar a muchos de los suyos para garantizar la victoria aliada en Europa. Trabajó con el demócrata Truman y apoyó al republicano Eisenhower, y acabó pasando a la historia por organizar la mayor intervención económica pública que había existido hasta la fecha. Fue un militar que aplicó políticas keynesianas, que garantizó la paz social en Europa y cortó cualquier opción de expansión del totalitarismo. Por todo ello, acabó recibiendo el premio Nobel en 1953.

Y para ilustrar la bomba demográfica que tenemos al sur, valen unas pocas cifras y gráficos.

La población de África, que se estimaba en 140 millones de habitantes en 1900, representaba en ese momento el 9% de la población mundial, pero desde entonces la proporción se ha duplicado. Impulsada por una disminución de la mortalidad y algunas de las mayores tasas de natalidad en el mundo, la población total de África se ha multiplicado por diez y ahora supera los 1.400 millones de habitantes. Según proyecciones de las Naciones Unidas, para 2050 la población de África rondará los 2.500 millones, lo que supondría que más del 25% de la población mundial será africana. El crecimiento demográfico se desacelerará de ahí en adelante, pero África seguirá siendo por lejos la mayor fuente de crecimiento en el mundo; para finales de siglo, su proporción de la población mundial se aproximará al 40%. Naciones Unidas prevé que solo ocho países contribuyan a más de la mitad del aumento de la población mundial en los próximos tres decenios, y cinco de esos países están en África. La población en edad de trabajar en estos países africanos, y en muchos otros del continente, crecerá más velozmente que cualquier otra franja etaria.

En este sentido no sólo hay que mirar el crecimiento de esa población, si no la edad de ésta, lo que impulsará sus ganas de emprender el viaje en busca de un futuro soñado ante el presente de hambre y pobreza.

A este coctel en España nos debería interesar especialmente el crecimiento de población en el África subsahariano, con todos los problemas de terrorismo integrista actuales:

Ante todo ello, en nuestra opinión, se hace cada vez más necesario un debate amplío, honrado, y sin populismos, para la adopción una política industrial de defensa europea común, y el desarrollo de un plan Marshall europeo en el norte de África.

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